RESEÑA: TRATADO GENERAL DE ÉTICA AGRARIA (O MANUAL DEL BUEN VESTIR EN DÍAS DE LLUVIA)

"Tratado General de Ética Agraria (o Manual del Buen Vestir en Días de Lluvia)" de Hipócrito Santacruz W.



Por: Sebastián Sacoto Arias S.

En el Tratado General de Ética Agraria (o Manual del Buen Vestir en Días de Lluvia), Hipócrito Santacruz Wallenberg cierra con maestría un ciclo de pensamiento que había iniciado con su provocador Manual de Conducción para Carretas de Dos Ejes y consolidado en la revolucionaria Metafísica de la Discordia. Publicada en los últimos años de su vida, esta obra se presenta como un compendio y ampliación de las ideas que definieron a Santacruz como una de las figuras más polémicas de la filosofía ecuatoriana. En ella, utiliza la metáfora de la vida agraria, sometida a los ciclos naturales, para elaborar una crítica profunda a la ética, la moral y la religión que definían a la sociedad de su tiempo.

Desde la perspectiva del liberacionismo radical[1], Santacruz convierte las actividades cotidianas del campesinado en alegorías filosóficas. La siembra, la cosecha y hasta la elección de la vestimenta adecuada para los días de lluvia se transforman en metáforas cargadas de significado. En un capítulo emblemático, "El surco como destino", el autor describe cómo la repetición de los surcos en el campo simboliza la monotonía de las normas éticas que rigen la sociedad ecuatoriana. Santacruz denuncia que estas normas, al igual que los surcos trazados una y otra vez en el suelo, no permiten desviaciones ni improvisaciones, condenando a las personas a un destino repetitivo y sin autenticidad.

En este Tratado, Santacruz refina su crítica a la religión organizada, ahora representada por el fenómeno climático de las lluvias. Para él, la lluvia es una metáfora de los dogmas que, aunque indispensables para la vida (como el agua para las plantas), caen sin discriminación, ahogando tanto a las ideas nuevas como a las viejas. En el capítulo "Del paraguas y la sotana", Santacruz propone una imagen poderosa: el paraguas representa el pensamiento crítico, capaz de filtrar la lluvia de los dogmas y permitir que solo lo necesario llegue al individuo. Sin embargo, advierte que la mayoría prefiere la comodidad de la sotana, que no solo protege de la lluvia, sino que también limita los movimientos, dejando al usuario seco pero inmóvil.

La "ética del odio", concepto desarrollado en sus obras previas, alcanza en este tratado una nueva dimensión. Santacruz introduce la idea del "odio fértil", una actitud crítica que, como la rotación de cultivos, permite regenerar el suelo agotado de las relaciones humanas. Según él, las comunidades ecuatorianas deben abandonar el amor idealizado por las tradiciones y comenzar a odiar constructivamente aquellas costumbres que perpetúan su opresión. Este odio no destruye, sino que prepara el terreno para nuevas formas de convivencia más auténticas y emancipadoras.

De igual forma, en el capítulo "La tierra no tiene alma, sólo peso y necesidad", Santacruz despliega una de sus críticas más mordaces al pensamiento panteísta y, particularmente, al concepto indígena de la Pachamama, que en su época ganó cierto protagonismo como símbolo de resistencia cultural, frente al avance del liberalismo y el capitalismo. Santacruz desestima con ironía lo que llama "el romanticismo primitivo de adorar al barro como si pensara", argumentando que elevar a la naturaleza a la categoría de deidad perpetúa un ciclo de sometimiento, ahora no a las instituciones religiosas tradicionales, sino a un misticismo que desvía la atención de los verdaderos opresores: las élites que, en nombre de esa misma Pachamama, continúan explotando tanto a las personas como a los recursos. "Adorar la tierra", escribe con su característico sarcasmo, "es como amar a una carreta rota: noble en apariencia, pero inútil cuando no lleva a ninguna parte". Para Santacruz, esta veneración no es más que una distracción que impide a las comunidades indígenas y rurales tomar las riendas de su destino, perpetuando su papel como guardianes de una tradición que, según él, sirve más a los intereses de los poderosos que a las necesidades reales del pueblo.

El liberacionismo radical, siempre presente en su obra, se manifiesta en este tratado a través de la figura del campesino rebelde, un personaje arquetípico que Santacruz describe con minuciosidad, pero al que no romantiza en absoluto. El campesino no ha de aceptar los límites de las cercas, cuestionará la propiedad de la tierra y se vestirá como quiera, incluso en días de lluvia, sólo así se romperá con la inmovilidad social. Cuestionando todo sistema de creencias que pueda convertirse en una herramienta de opresión, incluso aquellas que aparentemente defienden los intereses de los más vulnerables. De ahí que en el capítulo "El sombrero como símbolo de resistencia", Santacruz explora cómo los pequeños actos de desobediencia, como usar un sombrero que desafíe las normas locales, son gestos poderosos de liberación frente a un sistema que busca uniformar y someter.

El estilo del Tratado es deliberadamente ambiguo, alternando entre lo práctico y lo filosófico. Esta ambigüedad refuerza la intención de Santacruz de desorientar al lector, obligándolo a cuestionar continuamente si está leyendo un manual agrícola o un manifiesto revolucionario. En este sentido, el subtítulo "Manual del Buen Vestir en Días de Lluvia" no es una mera adición, sino una invitación a reconsiderar cómo los actos más simples, como elegir qué ponerse, están cargados de implicaciones éticas y políticas.

En la conclusión de la obra, Santacruz deja una reflexión que encapsula su legado: "El campo, como la vida, está lleno de lluvias y soles. No temas ensuciarte con el barro, pero elige siempre qué semillas plantar y cómo vestir cuando el cielo se cierre." Este llamado a la conciencia y la autonomía resuena no solo como un consejo para el campesino, sino como una guía para cualquier persona que desee liberarse de las cadenas invisibles de la ética y la moral impuestas.

El Tratado General de Ética Agraria (o Manual del Buen Vestir en Días de Lluvia) es más que una síntesis de las ideas de Santacruz; es la culminación de un pensamiento profundamente comprometido con la libertad individual y la transformación social. En él, Hipócrito Santacruz Wallenberg demuestra que, incluso en los actos más mundanos, como labrar un campo o elegir un abrigo, yace el potencial para desafiar y reconfigurar las estructuras que nos rodean. Su mensaje sigue siendo tan vigente como disruptivo: la libertad no se encuentra en las certezas, sino en la valentía de enfrentar la discordia y abrazar lo excepcional.


[1] El liberacionismo radical es una corriente filosófica que se desarrolló como una respuesta disruptiva a las limitaciones éticas, sociales y religiosas de su fines del siglo XIX. Aboga por una emancipación total frente a cualquier estructura de poder o norma que constriña la autonomía del individuo. Desde su perspectiva, Santacruz definió el liberacionismo radical como una filosofía de la acción y la ruptura, en la que el cuestionamiento constante de las tradiciones y dogmas se convierte en el principal motor del cambio. Influido por su contacto con las desigualdades sociales en América Latina y su exposición a las corrientes vanguardistas europeas, Santacruz adaptó estas ideas a la realidad ecuatoriana, atacando tanto al conservadurismo religioso como a las formas de resistencia que perpetuaban el victimismo y la dependencia, como el pachamamismo. En su obra, el liberacionismo radical se manifiesta como un llamado a despojarse de toda ilusión, abrazar la discordia y construir una ética auténtica basada en la libertad individual y la confrontación activa de las estructuras opresivas. Con ello, Santacruz no solo definió un marco de pensamiento único, sino que también consolidó su lugar como un pionero en el cuestionamiento radical de las normas establecidas.

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