BREVE RESEÑA

HIPÓCRITO SANTACRUZ W.
Sobre la Ficción y los Argumentos de Autoridad

Por: Sebastián Sacoto Arias S.

   Hace no mucho tuve la fortuna –y he de reconocer la participación de la casualidad en ello– de encontrar un volumen de la Metafísica de la Discordia, del pensador ambateño Hipócrito Santacruz Wallenberg, cuya obra –tan solo llegaría a comprender posteriormente– constituye uno de los puntos más altos dentro del desarrollo de la Filosofía de nuestro país.
   Y es que la obra de éste filósofo ambateño compromete: hay que amarla u odiarla, ante ella no hay más que tomar posición a favor o en contra; su pensamiento se lo debe asumir para participar de él, o negarlo y combatirlo buscando su aniquilación.
   Santacruz arremete contra el lector, lo empuja, no intenta inducirlo, lo obliga a cerrar tras de sí los senderos de lo cotidiano mientras lo provoca punzantemente con el poder de lo posible, con el poder de lo que puede llegar a ser. Tanto sus virtudes creativas, fuera de todo compromiso, como por su irreverente capacidad de crítica, dura como un golpe de mazo en la cabeza, pueden abrirnos el entendimiento a la fuerza, sentencia tras sentencia.
   He ahí su mayor valor, Hipócrito Santacruz rompe la dinámica a la que nos sometemos los lectores cuando nos enfrentamos con un texto, aplasta con dedicación y maestría cada una de nuestras expectativas y convicciones, sin necesidad de optar por la simple trasgresión, sino utilizando la suprema audacia del creador, del apostador. Allana nuestras seguridades intercambiando los papeles, recargando sobre el lector la responsabilidad de construir el texto; talento éste que si es digno de elogio en el plano de la literatura, con mayor razón lo será dentro del árido campo del (coherente, metódico y ordenado) discurso filosófico.
   Entonces, válgame ahora acometer la empresa de esbozar levemente la silueta del filósofo a través de unos cuantos datos históricos y dos sentencias que son, a mi parecer, sumamente decidoras de su pensamiento.
   Debemos comenzar aceptando, si hemos de ser sinceros, que Santacruz no fue un hombre de mucha notoriedad en su época, sin embargo las pasiones que su obra generó no fueron pocas. De allí el que, siendo censurado y perseguido tanto por conservadores como por liberales (por las probables repercusiones políticas de su pensamiento), y rechazado por el círculo intelectual de la iglesia (a la que también sometió a duras críticas), no hubo dificultades para que su obra fuese prácticamente eliminada, borrada; y de no ser por unos cuantos ejemplares que sobrevivieron en bibliotecas particulares (de unas también pocas amistades), no tendríamos noticia alguna de él. Es posible que justamente al constatar y prever esto Santacruz sentenciase: “La incomprensión habrá de dejarnos siempre un sabor un tanto dulce en la boca, pues no hace más que repetirnos una y otra vez que somos únicos.”[1]
   Sin embargo, las motivaciones del filósofo ambateño nunca estuvieron fuera de lo que él consideró simplemente su deber, y esta suerte de fatalismo fue siempre la fortaleza de su pensamiento, aquella que lo hizo tomar la defensa de su espacio de expresión como la vocación de su vida, dedicándose a la elaboración, edición y continua reedición de una enorme cantidad de obras de las cuales, lastimosamente, la mayoría se han perdido; siempre destinando gran parte de aquellos volúmenes (como un delicado presente) a quienes habían sido o eran sus censores y perseguidores. Llegando incluso, tras haber sobrevivido a algunos de ellos, a mantener entrañable relación con sus familias; y gracias a cuyos volúmenes únicos ahora tenemos la posibilidad de recuperar a este espléndido pensador.
   Santacruz afirmó: “El odio debe ser absoluto pero íntimo, solo así respetaremos su naturaleza y lo conduciremos hacia su finalidad: su perfecta ejecución.”[2] Y esta sentencia es lícita ya que su labor (ese odio noble y sincero) le permitió, como prueba irrefutable, que aquella obra menospreciada perdurase en el tiempo más allá de todas las condiciones desfavorables en las que se engendró, logrando que su autor trascendiese a toda su generación y así llegase a configurar la historia desde adelante hacia atrás, a su capricho. Así, Santacruz logró obsequiándonos a nosotros, tras el esfuerzo, esta pequeña pero fortísima verdad, la de saber que a veces el pensamiento y la voluntad pueden más que el poder y sus circunstancias.

[1] Hipócrito Santacruz W., Metafísica de la Discordia, Ambato, s. e., s. f., pág. 7.[2] Ibid., pág. 14.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Santacruz me hace sentir el "sentir" mismo. Sorprende y educa.

Entradas populares